Concepto de METÁFORA VIVA en Paul Ricœur

 

 

aul Ricoeur (1913-2005) defiende el papel integrador de las diversas ideas y concepciones que desempeña la «imaginación creadora», que actúa como eje de toda formulación simbólica y por consiguiente en estrecha vinculación con la «poiesis» del simbolismo.

Ricoeur reconoce en los símbolos una singular potencia de invención o creación, es decir, de producción de sentido, de innovación semántica, la cual implica a su vez una función heurística, que es un poder de descubrimiento o invención de rasgos inéditos de la realidad, de aspectos inauditos del mundo.

La poética, asimismo, revela una función central del lenguaje: la función de mediación, que se cumple dentro de tres ámbitos relacionales: entre el hombre y el mundo, entre el hombre y el hombre, y entre el hombre y su sí mismo. La primera mediación puede denominarse “referencia”, la segunda, “diálogo”, y la tercera, “reflexión”. La potencia heurística del lenguaje actúa, entonces, en los tres órdenes: el de la referencia, el del diálogo y el de la reflexión. Por ello, se puede decir que el lenguaje transforma simultáneamente la visión del mundo, el poder de comunicación y la comprensión que cada uno tiene de sí mismo. La poética describe cómo el simbolismo, al producir sentido, acrecienta la experiencia humana, a través de la triple mediación de la referencia, el diálogo y la reflexión.

El uso de símbolos reside fundamentalmente en la peculiaridad sensible y espiritual del hombre, que tiene la necesidad de dar forma intuitiva a lo suprasensible y de hacer patente lo que no puede ser objeto de experiencia inmediata. Los símbolos forman parte del lenguaje humano. Constituyen un tipo de lenguaje que desempeña una función esencial en la configuración del mundo y en la comunicación entre los hombres, pues vuelven presente a la conciencia lo que materialmente está ausente. Los símbolos, ideación imaginaria de la realidad, desempeñan un papel esencial en los mitos.

n la Metáfora viva se alude a la vinculación entre metáfora y símbolo, cuando se señala que la enunciación metafórica actúa sobre dos campos de referencia al mismo tiempo, con lo cual se explica la articulación de los dos niveles de significación que se da en el símbolo. La primera significación pertenece a un campo de referencia conocido, o sea, al campo de las entidades a las que usualmente se atribuyen los predicados, y cuya significación ya está establecida. La segunda significación tiene que ver con un campo de referencia que no puede ser descrito mediante predicados identificantes apropiados y preexistentes.

Por consiguiente, “el sentido ya constituido se desliga de su anclaje en un campo de referencia primero y se proyecta en el nuevo campo de referencia cuya configuración contribuye entonces a hacer aparecer.”

El traslado del sentido de un campo referencial a otro presupone que el segundo campo ya está presente de alguna manera, es decir, en forma implícita, latente, ejerciendo una atracción sobre el sentido ya constituido que “arranca” a éste de su primer anclaje. Este traspaso de significados no sería posible si la significación fuera una realidad estable y no dinámica o móvil, trasladable a distintos ámbitos de denotación, ya que en razón del efecto gravitacional que el segundo campo de referencia ejerce sobre ella es impulsada a abandonar su región de origen para insertarse y hacer aparecer al mismo tiempo el nuevo campo referencial, que es un campo desconocido, pero presentido por la intención semántica que anima a la formulación metafórica.

El lenguaje poético no es sólo una forma de decir «de otro modo», es, además, una forma de «decir más». Hay en él una «plusvalía» de sentido, un acrecimiento y creación de nuevos significados producidos por la actuación de las metáforas. Al respecto, observa Ricoeur, que la ganancia de significación, que resulta de la nueva pertenencia semántica instaurada por el enunciado metafórico, implica al mismo tiempo que la ganancia de sentido la conquista de nuevas referencias.

iguiendo a Aristóteles, Ricoeur entiende que la composición poética se asienta en una experiencia prenarrativa que, al ser narrada, queda abierta a la reelaboración, a la recreación de tal composición por parte del lector que, de este modo, la incorpora, la asimila creadoramente a su vida, es decir, la hace suya aportando algo propio, entretejiendo con la obra elementos o contenidos que pertenecen a su acervo personal. De este modo, la apropiación del texto culmina en una autointerpretación del sujeto que, desde ese momento, quizá logre comprenderse mejor a sí mismo.

Ricoeur valora profundamente el lenguaje mito-poético, con sus símbolos y metáforas, símbolos y metáforas que no sólo habitan las expresiones del arte literario sino también las otras formas de creación artística. En la perspectiva de Ricoeur, la filosofía debe partir de la observación de la realidad, pues ésta tiene una estructura simbólica: de manifestación y ocultamiento, de desvelamiento y velamiento; una realidad en la que se da la ambigüedad del “ser como”, del ser y no ser, que la enunciación metafórica expone al dar cauce expresivo a la ambivalencia de la verdad “que gusta ocultarse”, que está cerca, pero es difícil de percibir y de decir, que está oculta y sin embargo se manifiesta, que se muestra y no obstante a la vez se eclipsa.

Por ello, la reflexión filosófica debe nutrirse de la poesía, expresión de la imaginación creadora, de la captación intuitiva de lo originario, de lo radical, de los niveles ocultos y abisales de lo existente.

L os símbolos, presentes en todas las manifestaciones del arte, son polisémicos y, en razón de ello, permiten al espectador comunicarse con su propio ser interior, pues el sentido que aquéllos portan hace resonar los contenidos de su propia interioridad, sus vivencias conscientes o inconscientes.

Los símbolos y metáforas constituyen el lenguaje mediante el cual el hombre expresa su contacto con otras dimensiones: transfísicas, transtemporales, transempíricas, contacto mediatizado por el propio proceso de interiorización, de vínculo con el propio ser, de conexión con las profundidades de su propia alma; siendo éste el ámbito en el cual se revela el verdadero conocimiento, el conocimiento que, entre otras cosas, puede guiar la transformación de lo real y de la vida humana.

Es por ello que con la expresión metafórica, simbólica, poética, adviene la renovación del discurso, la innovación semántica que, para el pensamiento ricoeuriano, tiene alcances no sólo lingüisticos sino, y esto es lo fundamental, repercusiones ontológicas, pues la palabra / imagen poética descubre nuevos aspectos de la realidad, desocupa otros modos de ser, todo lo cual puede conducir al hombre a modificar su propia existencia, el mundo en que vive, la circunstancia histórica. En este sentido, Ricoeur plantea que los seres humanos inventen de nuevo el mundo a partir de lo ya existente.

Aquí reside la significativa importancia que puede tener el lenguaje simbólico-poético, – sustentado en la imaginación- en la vida humana; el valioso aporte, fundante de nuevos orbes, de inéditas situaciones y hechos que se puede generar desde el discurso simbólico-metafórico y su hermenéutica. Pues sólo en la medida en que se cree y se recree una nueva circunstancia histórica, un nuevo orden social y político –que siempre se gestan primero en el nivel del pensamiento y la palabra que lo traduce-, en los que se hallen plasmados valores superiores y en los se actúe en pos de ideales vinculados a lo Trascendente, podrá ser restaurado el deterioro a ultranza de la condición humana que padece el hombre de la época actual.

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